Abad Sosa Navarro, de 39 años, depuró en los últimos diez años, su Vino de Corozo de Mompox, que ha recibido la certificación de buena práctica manufacturera en 2016. Una crónica a sorbos de vino.
En la penumbra se fermentan los corozos. Bajo la leve luz, se depuran los sabores.
Abad Sosa Navarro (1977), tiene más de diez años de estar decantando el vino de corozo de Mompox, que ha recibido por fin, la aprobación del Invima en 2016.
El vino artesanal había peregrinado de casa en casa, de plaza en plaza, sin salir del entorno de Mompox, pero solo hasta el 9 de febrero de 2016, recibió el certificado de buena práctica manufacturera.
Abad estudió seis semestres de Ingeniería Agroindustrial en la Universidad del Atlántico, es un hombre discreto, tímido, persistente, impecable, y el laboratorio donde procesa el corozo para su vino, es de un rigor estético y científico.
“Hay en Mompox una tradición de hacer vino de corozo casero, como envasar agua de azahares, como hacer queso de capa, como hacer dulce desamargando los limones, pero en mi caso personal, quise que ese vino pudiera trascender más allá del contexto momposino”, dice Abad Sosa.
Abad se sonríe con malicia indígena, y me cuenta que este logro tiene un impuesto de 12 millones de pesos.
“No contamos con el beneficio del Estado al emprender esta tarea de empresarios, porque cada cuatro meses tenemos que pagar ese impuesto, para seguir produciendo el vino”.
Hereda Abad, la humildad laboriosa de Evangelista Sosa Morales, su padre, un obrero de finca, y la vigilia amorosa y obstinada de Ana Valentina Navarro Leguía, su madre.
El vino de corozo de Mompox se vuelve visible en los cumpleaños, en grados, bodas y celebraciones privadas y públicas. En el comienzo del año hasta el 20 de enero, y en Semana Santa; los Jueves y Viernes Santo, el vino de corozo, es como bien los expresan los momposinos mayores de sesenta años: un apetitivo, “una bebida espirituosa”. No es para embriagarse. Es para celebrar con el dulzor fermentado del corozo. El vino vuelve a aparecer en el Festival de Jazz en octubre.
“Si alguien brinda con brandy o con productos importados, por qué no hacerlo con un vino que se ha decantado en el corazón de Mompox?”, se pregunta Abad, quien se bebe su propio vino el 19 de junio, día de su cumpleaños, y el 6 de diciembre, aniversario de su empresa Vino Mompox.
Ha esperado con paciencia las dos cosechas de corozo del año: la de diciembre a febrero, y la de junio a agosto, para hacer 6 mil litros de corozo ‘seco’ a cuatro grados, y corozo dulce a dieciocho grados.
Los vinos de corozo están en la estación de Bodega, y en diversos puntos del centro histórico de Mompox, y en la Plaza de la Concepción.
Los pasos del corozo
El primer paso, dice Abad Sosa, es el lavado y clasificación de los frutos. El segundo paso es el remojo del corozo en dos días en agua. El tercero, la cocción. El cuarto, reposar el corozo hervido, agregarle levadura y echarle azúcar. El quinto paso, es la mezcla con levadura, azúcar y ácido cítrico. El sexto, pasar a tanques fermentadores. Allí no puede entrar el oxígeno. Hay un proceso de empaque, cuyo riesgo es que haya una mínima abertura en el recipiente. Se utiliza bentonita clarificante para recoger impurezas. Cada área tiene su proceso de verificación y examen, y la producción es analizada por una ingeniera. En un mes, se hace un promedio de mil o mil doscientos litros. El vino debe estar a 25 grados de temperatura. Doce mil litros equivalen a 16 mil botellas de vino.
Descubriendo sabores
Detrás de este empresario que batalló para que no lo sorprendieran los cuarenta años, sin haber logrado su sueño de posicionar su producto, hay un artista de los sabores.
Se siente orgulloso al saber que su vino de corozo ya integra los productos típicos de Mompox, y que su vino haya sido probado por nativos, viajeros del mundo, la delegación presidencial o los ejecutivos, diplomáticos y músicos que vienen al Festival de Jazz.
Epílogo
Pero no solo Abad hace vino de corozo, también ha experimentado con éxito con el vino de guayaba, mango, uva playera, marroso, níspero y cereza mora. El sabor del vino de corozo nos devuelve al íntimo sabor del patio momposino. Bajo la penumbra de octubre, se fermenta la luz secreta de los corozos.
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