¿Quién dijo que el dolor es para siempre? El sufrimiento y el poder pueden cegar a las personas y hacerlas creer que su suerte es incambiable, pero sin importar lo que pase el tiempo es lo único en la vida que no se detiene jamás. Cada día el sol brilla con intensidad sin importar la oscuridad de la noche anterior. Anónimo.
La Cansona, El Carmen de Bolívar, 17 de junio de 2016.
Hace tres días pasó por aquí, por la gran Transversal de los Montes de María, la Vuelta a Colombia. Esto era un hervidero de gente, con el presidente del país, Juan Manuel Santos; y el gobernador de Bolívar, Dumek Turbay Paz; liderando los aplausos a los ciclistas. El centenario árbol de ceiba incólume en el playón con la mejor vista de La Cansona, un corregimiento de cerca de 600 habitantes al suroeste de la cabecera de El Carmen de Bolívar, era la atracción de los turistas para tomarse selfies y cualquier otra cantidad de fotos. Nadie sabe cuántos años tiene de estar sembrado allí, en el mirador, como se le conoce hoy a este sitio por las bellísimas puestas de sol que pueden apreciarse desde aquí.
El Árbol de la Vida y de la Muerte le llaman, dice con moderada voz Leomar Batista Peña, un joven mototaxista del pueblo que se gana la vida transportando gente desde La Cansona hacia El Carmen y otros pueblos cercanos, entre ellos, Caracolí, de donde es oriundo. De pie, en la inmensidad de la planicie que acoge al longevo y frente a él, comienza a recitar un rosario de recuerdos de su adolescencia.
“¿Ve aquella roca? (señala a unos 100 metros al norte) Ahí pudimos haber muerto mi tío y yo. Si este árbol hablara sería el mayor testigo de los horrores que se vivieron por aquí. El mismo fue herido quién sabe cuántas veces en tantos enfrentamientos entre la guerrilla y la Infantería de Marina. Yo tenía 14 años y vivía con mi tío en la misma casita que vivimos ahora en la vereda Ojito Seco, como a unos 15 minutos de aquí, a pie. Iban siendo las 6 de la tarde y teníamos tres horas de venir caminando desde Caracolí, donde estábamos sembrando. Mi tío estaba cansado y me dijo que nos sentáramos en esa piedra a descansar y yo le dije que no porque si lo hacíamos la sangre se nos enfriaba y ya faltaba poco para llegar a la casa y después nos cogía la noche. Él asintió con la cabeza y seguimos, cuando estábamos entrando a la casa oímos una explosión muy fuerte y al ratico nos llegó la noticia que un vecino que se había sentado a descansar en esa misma piedra había muerto. El peñón estaba minado. Su cuerpo quedó esparcido en los árboles, lo recogieron a pedacitos”, comenta Leomar, con un tono que entre mezcla resignación y orgullo por haber sobrevivido a los sombríos años en los que la violencia azotó con furia a los Montes de María. Es un rubio de aproximadamente 1,70 de estatura, con grandes ojos claros, de mirada serena.
“Yo no estudié por los tiempos que me tocó vivir en mi adolescencia, en ese momento uno pensaba era en sobrevivir y no dejarse reclutar por la guerrilla, había días que uno tenía que quedarse encerrado por los interminables combates, mucha gente se fue, la mayoría. Esto quedó solo, unos cuántos nos quedamos, como el señor que vive cerquita del puesto de Infantería de Marina que hay ahora; a él le apodan El Sobreviviente porque su casa está en un lugar donde era un cruce constante de balas, su familia se fue, pero él no, todavía está ahí. Actualmente me dedico a mototaxiar, pero creo que aún tengo tiempo para estudiar, voy a intentarlo”, expresa.
Hoy La Cansona y todo El Carmen de Bolívar es otro. En el pasado quedaron los años de angustia y horrores producidos por la presencia de guerrilla y paramilitares en la zona. La vida renace en medio de la risa y la libertad de poder recorrer las entrañas de sus pueblos confiadamente. Los habitantes han retornado a los corregimientos y el casco urbano del municipio luce distinto. Se respira alegría, prosperidad y amor por la tierra.
La etapa de la Vuelta a Colombia por la alta montaña de los Montes de María fue una confirmación de la paz que se vive y una bienvenida al futuro prometedor que le aguarda a la zona con la apertura de la Transversal de los Montes de María que inicia desde el kilómetro 28 del pueblo, donde se concentran las bodegas de aguacates, y se extiende 27,7 kilómetros hasta el corregimiento de San Lázaro, en concreto asfáltico. Pronto, en 2017, se espera la inauguración de los otros 16,2 kilómetros que hacen falta para unir a Bolívar con Sucre, en el límite de Macayepo-Chinulito.
Madis Arroyo de Sandoval e Ismael Sandoval Torres son esposos hace 53 años y desde entonces viven en Caracolí, allí tienen su casa, a la orilla de la Transversal. Frente a un fogón de leña, dónde prepara una sopa para el almuerzo, Madis resume en breve media década de vida en ese lugar. “Aquí nacieron mis hijos, aquí crecieron y de aquí salieron casados. Aún en los tiempos más difíciles nuestra decisión fue quedarnos aquí porque escuchábamos las historias de los pesares que los desplazados vivían en las ciudades y aquí, aún en la escasez y en medio del miedo, lo teníamos todo: las gallinas, los cultivos y el aire fresco”. Hay recuerdos que tanto ella como su esposo prefieren no remover, pero exclama: “Sabíamos que algún día todo tenía que cambiar para bien y ahora lo vemos. La carretera que antes era un polvorín en días de sol y un barrial en tiempos de lluvia, y que además nos ‘rejundía’ a lo último, dónde pocos se acordaban que existíamos, nos regala hoy prosperidad. Antes tardábamos hasta tres horas para llegar a El Carmen y ahora en cuatro minutos estamos allá. Antes no se veía pasar un carro y ahora pasan muchos en el día. En particular lo que a mi más alegra es ver a los campesinos pasar con sus cultivos de aguacate, que antes se perdían o por la violencia o por la falta de una vía en buen estado para sacarlos hasta la cabecera de El Carmen”.
Las palabras de Madis se materializan en el camino a lo largo de la vía, donde ya existe un centro recreacional con piscinas, canchas deportivas y columpios para los niños; donde se observa a los campesinos cultivar a orillas de la vía maíz, yuca y ñame; dónde se aprecia a los adolescentes de la presente generación bañarse divertidamente en los arroyos que atraviesan la geografía de El Carmen hasta llegar al remoto corregimiento de Macayepo (kilómetro 55 de la Transversal) en donde Ciro Cánoles Pérez, uno de los más reconocidos lideres campesinos, y uno de los primeros retornados a la zona, muestra, junto a su hija de 10 años, el fantástico recorrido de las correntías del arroyo Palanquillo y plantas tropicales que marcan el camino para llegar a la Poza Las Tinas, una gran piscina natural en el sector La Puente, donde se bañan libres y disfrutan de la frescura de la naturaleza.
“Aquí hay bellos paisajes para los amantes del turismo ecológico. Esto es el paraíso”, dice, contundente, Ciro.
Más cerca al casco urbano de El Carmen de Bolívar, en el kilómetro 28, Jadel Leguía se limpia el sudor de la frente y mira orgulloso a los trabajadores que limpian y pelan el ñame cultivado por cientos de coterráneos que al igual que él decidieron creer en un mejor mañana y quedarse en estas tierras contra todo pronóstico. “Nunca pensé en irme, aquí me mantuve pese a todo. Hubo años de buenas y malas cosechas, pero hoy vemos como la vida misma nos recompensa. Somos una empresa pujante que agrupa a muchos campesinos. El ñame de El Carmen de Bolívar se exporta y se vende también en Cartagena y las principales ciudades del país”, comenta Leguía.
Senen Arias Aragón dice lo mismo. Él es aguacatero de toda la vida, el oficio lo heredó de sus abuelos y padres. “Esta es nuestra tierra, aquí somos verdaderamente ricos. El Carmen es la madre del aguacate; todas las demás especies de este fruto que se cultivan en otras regiones del país son creadas a partir del aguacate carmero”, afirma.
La música de Lucho Bermúdez, el olor de la galleta chepacorina en las calles, las fachadas de las casas renovadas y pintadas, la apertura de nuevos hoteles y restaurantes en el casco urbano saludan el nuevo mañana que apenas despunta en El Carmen de Bolívar. Las esperanzas están puestas en Dios, en la Virgen de El Carmen y en los dirigentes políticos para hagan crecer a este municipio y lo conviertan una vez más en la joya de los Montes de María, como lo fue en la década de los 70 y 80 del siglo pasado.
La fe en los corazones de su gente se fortalece y lo exteriorizan de maneras tan sencillas como recorrer el pueblo en bicicleta dos veces por semana durante las noches. Es un pretexto para hacer deporte y para que los más pequeños conozcan de punta a punta el municipio y los más ‘grandecitos’ afiancen el amor por su terruño.
“Carmen querido, tierra de amores, hay luz y ensueños bajo tu cielo, y primavera siempre en tu suelo, bajo tus soles llenos de ardores...”: Lucho Bermúdez.
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